Prólogo.
Todos los mundos empiezan de alguna manera. Todos son creados de alguna forma, por una fuerza superior, o por algo más común entre nosotros, un pensamiento. Todos los mundos tienen etapas de oscuridad, tiempos de alegría, ciclos de guerra, eras de tristeza, épocas de muerte; tiempos de grandeza, y de escasez. Y también, épocas sin tiempo. Vacías de sustancia alguna. Eras donde nada existe aún, donde el vacío reina sobre todo, donde el caos no tiene obstáculo que le detenga y se ceba contra esa esfera inacabada, incompleta.
Y en esas épocas no se sabe que sucede, no se sabe que ocurre, que es lo que hace que, de improviso, el mundo despierte, como si de un sueño se tratase el tiempo que ha estado incompleto. No se sabe que fuerza es la que consigue ese milagro que es la primera vida, ni como se crean los primeros árboles, las primeras flores, las primeras estrellas y constelaciones. Como se crean los ríos y los mares.
En realidad, lo único que se sabe del mundo es, simplemente, que esta ahí. Que existe desde hace milenios, eones y que algún día, no se sabe cuando, la energía que lo mantiene vivo se agotará. Morirá lentamente, condenando a sus habitantes a su mismo destino. Y esa incertidumbre, esa ignorancia, es la condena de la humanidad. Porque el no saber cuando morirá el mundo lleva al hombre a desesperarse.
Y es mi trabajo alumbrar a esa triste humanidad con mis conocimientos.
Puede ser que no crean este escrito. Puede que me traten de mentirosa, de farsante. O puede ser que desesperen aun mas, al saber cual es su destino, la causa de que el agónico universo en el que vivimos expire al fin.
Sea como sea no cesaré en mi empeño de sacar a la luz la verdad sobre este mundo. Debo mostrar la verdad al hombre y conseguir que, de alguna manera, cese de vivir en constante complacencia y haga algo para salvar a este maltrecho mundo.
Y si no lo consigo, siempre quedará este escrito, y el conocimiento de que, sea donde sea, hay alguien que cree en mis palabras.